UNA DECISIÓN EN SERIO.

 

Durante la entrevista motivo de consulta de cada nuevo paciente uno de los objetivos fundamentales es sembrar en ambos padres la idea precisa de en qué consistirá la atención psicopedagógica de su hijo. Es esencial hablar de actividades, de tiempos, de horarios y, fundamentalmente, de la responsabilidad personal que compete tanto al niño como a cada uno de ellos  para llevar adelante el proceso de diagnóstico.

Si bien es cierto que de una dificultad en el aprendizaje o en la conducta “no se muere nadie”, también lo es la realidad de que “nada es porque sí”, que toda dificultad obedece a una causa y que todo problema no resuelto en el momento de su aparición se agrava con el paso del tiempo y se “agranda” a raíz de la contaminación de ése con otro, más un tercero y otro más...convirtiéndose en una especie de “bola de nieve” que, como no se manifiesta directamente a través de un síntoma físico, generalmente parece no importar tanto como para prestarle la atención debida.

Atender las dificultades de un hijo significa percibirlas, reconocerlas, aceptarlas, asumirlas y HACER en procura de solucionarlas. Desde la mamá y el papá esto quiere decir algo más o menos así: “me parece que Pablo no sabe interpretar un cuento cuando lo lee”(para llegar a este comentario tanto uno como el otro tienen que haberse tomado el tiempo de observar esta situación en el niño); “Pablo no entiende lo que lee” (aquí es fundamental que ambos padres sean capaces ellos mismos de entender lo que leen y, a partir de ahí, poder descubrir la dificultad en el hijo); “sí, es cierto: Pablo lee un cuento y no lo interpreta” (a esta conclusión deben arribar después de haber comprobado la dificultad en varias ocasiones); “¿será que no le enseñaron bien en la escuela?...Y si le enseñaron bien, porque la mayoría de sus compañeros entiende, ¿por qué él no?...¿Cuál es la razón por la que no entiende?...¿Pensará en otra cosa mientras está leyendo?...¿Lo preocupará algo que desconozco? ¿Tendrá que ver conmigo? ¿Se relacionará con alguien o algo de la familia de lo que no nos damos cuenta?...¿Cómo puedo enseñarle yo a interpretar lo que lee?... ¿Qué le hace falta para lograrlo?...¿De qué modo puedo ayudarlo a partir de ahora?...Hablemos con la maestra y consultemos a un profesional”. Ésta es una especie de síntesis ejemplificada del inicio EN SERIO, desde los padres, del proceso que implica la toma de decisión respecto a atender las dificultades del hijo, y de la apertura y disposición de ambos depende la consecución de un resultado positivo.

Del siguiente paso es protagonista el niño, se refiere a su propio acercamiento a la dificultad y el grado de reconocimiento y aceptación que logre de ella dependerá, en gran medida, del que hayan conseguido los padres. Si éstos “no ven” el problema, el niño tampoco lo verá, aunque le moleste y le oficie de obstáculo para ciertos logros; si lo toman por insignificante o como algo que simplemente “pasará”, el hijo no reparará en él, desatendiéndolo; si lo encaran como una cuestión grave o irreparable, el niño se asustará y confundirá, posiblemente, paralizándose en la búsqueda de una solución. Si los padres tienen ellos mismos alguna dificultad no reconocida ni aceptada, y que se repite en el hijo, no podrán percibirla en él, la tomarán como algo “normal” y eso les impedirá ayudar al hijo que, muy a pesar de que ellos “opinen” lo contrario, seguirá acarreando el equipaje de su conflicto, yendo de mal en peor. Cuando una dificultad existe, es TAL independientemente de que se la “vea” o no.

Cuando se busca la intervención de un profesional es indispensable que tanto los padres como el niño sepan cuál es su misión y por qué y para qué lo buscan, a fin de evitar abandonarse en la tal vez cómoda pero indiscutiblemente equívoca idea de que “depositándolo” en sus manos acabará “arreglado” o “encaminado”, sin más participación desde los padres que llevarlo y buscarlo en el consultorio. Esto es MUCHO, pero no TODO.

Cualquier proceso de diagnóstico psicopedagógico requiere la participación activa del niño, de su entorno inmediato (toda persona que esté en contacto directo con él) y del profesional en cuestión, así como también del compromiso personal de cada uno en la responsabilidad de llevar a cabo lo que le competa individualmente. A lo que deben hacer los padres, no puede hacerlo la/el psicopedagoga/o; la tarea exclusiva de ésta/e no pertenece al campo de acción de la familia; la maestra no debe ejercer el rol de mamá ni los padres intentar el lugar de maestros; el niño debe hacer lo que sólo él mismo puede hacer y, solamente en la medida en que cada quien asuma y ejerza su función, será factible la resolución de su conflicto. Por otra parte, si el padre o la madre no entienden, no les interesa, no “creen” o se niegan a la labor profesional de muy poco valdrá embarcarse en la no sencilla empresa que implica iniciar una atención psicopedagógica.

Tomar una decisión en serio significa estar dispuestos al abordaje responsable y comprometido de la problemática existente en el hijo, en procura de su solución, abiertos a la entrega, a la escucha y al intercambio que propicien un verdadero ENCUENTRO entre las personas involucradas en la situación terapéutica, sin dar espacio al desinterés, al desentendimiento y a la cerrazón que fracturan la posibilidad de aprendizaje y crecimiento y dejan como saldo negativo una luz roja que señala que en la confusión, la discordia y la contradicción el más perjudicado es y será siempre el niño.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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