¿QUÉ
TIENE DE MALO?
En
el transcurso de los últimos años me he encontrado ante distintas
situaciones en las que tanto mamás como papás me han consultado
acerca de si tal o cual cuestión que hacían o decían y dejaban de
hacer o de decir a su hijo “estaban bien”, en un innegable interés
por conocer el modo más apropiado de proceder para con el niño,
obviamente, tendiendo a educarlo correctamente. Hasta aquí, muy
bien... Pero llegó un tiempo en el que me tocó conocer a un tipo
de padres que, no sólo favorecen y alimentan en el hijo
comportamientos totalmente desacertados, sino que cuestionan el por
qué de lo contrario: “sí, sentó de una trompada a un nene más
chico porque le quitó su autito preferido, ¿qué, acaso está
mal?”. “Sí, hoy le dijo a la maestra que no hizo la tarea
porque estuvo enfermo (cuando se pasó la tarde completa frente a
los videojuegos), ¿por?” “Sí, hace trampas al jugar porque
quiere ganar, ¿qué tiene de malo?”...
Este
tipo de cuestionamientos, francamente, son desesperantes porque, muy
a pesar de todo lo negativo que pueda observarse a nuestro
alrededor, ¿a dónde se piensa conducen posturas semejantes? ¿A qué
o a quién se pretende desafiar? ¿A quién se intenta engañar?...
Y en última instancia, ¿no se supone que a ese alrededor lo
conformamos nosotros mismos?...
Los
términos “normalidad” y “anormalidad” implican una
apreciación valorativa del ser humano y, por tanto, es difícil
establecer una línea divisoria entre ambos, en un plano objetivo.
La normalidad está siempre relacionada a lo estadístico, ya que se
establece en referencia a lo que caracteriza a la mayoría de las
personas, al “común” de la gente. Entonces, la persona es
normal en la medida en que se aproxime a la norma media, que es
implantada culturalmente. He aquí la cuestión: ¿qué sucede
cuando la mayoría se comporta mal? ¿Eso deriva en que no proceder
bien es lo normal?...
Una
persona es normal cuando ha logrado una integración entre lo físico,
lo psíquico y lo emocional, que le permite adaptarse a la realidad
moviéndose en su ambiente de un modo armónico, sin necesidad de
valerse de mecanismos de defensa (represión, negación, anulación,
aislamiento, desplazamiento, racionalización, postergación de
emociones) ante circunstancias peligrosas y problemáticas que le
generen angustia.
Al
momento de comunicarse con el niño es imposible hacerlo sin actuar
en función de supuestos morales explícitos o implícitos. Ante
cada oportunidad en que se prefiere y elige una actitud, un
comportamiento o una costumbre por sobre otros, se da por supuesta
una norma como guía o medida, en relación a alguna clase de
criterio respecto a lo que es preferible, mejor o más conveniente.
La
primera formulación que se hace el niño en cuanto a lo que es
bueno o malo y justo o injusto se basa en las reglas establecidas
por sus padres referidas a hechos y circunstancias determinados y, a
medida que crece, aprende a juzgar en función de normas y reglas
generales, hasta lograr hacerlo en sus propios términos, dando
razones de ello, sin limitarse a considerar que algo es bueno o malo
y justo o injusto, simplemente, porque sus padres así lo sostienen.
Es
más que probable que los mandatos morales choquen con las presiones
prácticas de la vida diaria. Sobre el niño se ejercen muchas
influencias desorientadoras, complicando su educación moral, y uno
de los problemas más serios surge de la inconsecuencia de quienes
tienen que educarlo. La discrepancia entre lo que recitan y lo que
ejercen es un indicio de que se sienten inseguros respecto a lo que
DEBEN hacer. A pesar de que ciertas disonancias sean inevitables, no
son buenas para el niño.
Aún
inmersos en la superficialidad ética con que se distingue la
sociedad en que vivimos, es menester que los padres tengan una moral
lo suficientemente firme y sólida, como para conducir la educación
del hijo de modo tal que logren de él una MEJOR persona cada día.
Teniendo
en cuenta la relación entre lo normal y lo anormal con la salud y
la enfermedad, y considerando la salud como el estado de mayor
bienestar físico, psíquico, emocional y social, es esencial la
toma de conciencia de que está en manos de cada pareja de padres la
responsabilidad de la formación del hijo en un “buen molde”...
o no.
Psp.Ma.Alejandra
Canavesio.
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