POR EL COLADOR.
El
trato con personas es fascinante. La conducta humana lo es. Y en el
trabajo con niños pueden aprenderse muchas cosas…siempre que los
adultos en cuestión (docentes y terapeutas) hayan pasado en sus
inicios y pasen habitualmente por el colador de la aptitud
y la inteligencia, al margen de poseer un título
habilitante.
Sea
cual sea la especialidad, dedicarse a la atención de un niño
requiere del sentido común y la delicadeza como virtudes; implica
estar capacitado mucho más allá de los conocimientos teóricos y
el estudio, tanto como exento de patologías emocionales y mentales.
El adulto a cargo de la educación, formación, escucha, orientación,
apoyo, guía y auxilio de un niño necesariamente tiene que contar
con un carisma y don particulares, que no se adquieren precisamente
mediante el consumo bibliográfico ni la asistencia a eventos de índole
académica.
Existe
una marcada diferencia entre la teoría y la práctica profesional.
Toda persona que tiene un título (obtenido en buena ley) cuenta con
los conocimientos inherentes a aquello que ha estudiado. Pero la práctica
requiere de práctica; de entrenamiento y ejercicio. Y esto,
indiscutiblemente, precisa de CONDICIÓN HUMANA; de CAPACIDAD
EMOCIONAL y MENTAL. Ni más ni menos.
“Dedicarse”
significa consagrarse, hacer sagrado; lograr que las cosas, por su
valor, sean veneradas, respetadas en sumo grado. También implica
“destinar”, dirigir algo a alguien.
Un
niño merece el mayor de los respetos. Por ser una vida en formación.
Y del modo en que seamos hoy con él dependerán su hoy y su
mañana.
Al
momento de atender a un niño, la responsabilidad de lo que hagamos
o no, es pura y excluidamente nuestra. Aquí nada tienen que ver los
padres, hermanos, abuelos, tíos ni vecinos. Somos nosotros
quienes debemos responder por nuestra conducta, independientemente
de la de los otros. Cada uno de nosotros es dueño de su accionar y
jamás debemos perder de vista que frente a nosotros y con nosotros
hay una personita cuyo
crecimiento está dependiendo del nuestro. Y si nosotros no somos
crecidos, poco podemos hacer por el crecimiento de alguien más.
Ocupar
el tiempo con un niño por “salir de casa”, por “hacer algo”
o por una remuneración económica, no es aconsejable…para el niño;
ni siquiera estando de por medio el consabido “¡a mí me encantan
los chicos!”…Porque con el encanto no hacemos más que
encantarnos, y el embeleso arrebata los sentidos, truncando el
proceder nutricio.
Vivimos
inmersos en una sociedad problematizante, en la que los conflictos
de toda índole están a la orden del día. Pero nada es
justificativo del obrar negligente para con una criatura. En ésto
no caben las excusas, por más “razonables” que sean. Valerse de
un niño como objeto de descarga (verbal o física) o como chivo
expiatorio para canalizar cuestiones propias es asqueante desde lo
personal y un atentado ético en lo profesional, además de indigno.
Por ser sociales, nadie está exento de los problemas; algunos nos
aquejan personalmente y otros “por rebote”. Pero está en cada
uno de nosotros hacer por
resolverlos, sin usar a nadie. Mucho menos a un niño. Mucho
menos aún (y sin “peros”) si se trata de un alumno o paciente.
El
niño tiene en su maestro y en su terapeuta no sólo a un alguien
cuyo objetivo es enseñarle o ayudarlo, sino a un modelo de conducta
que ha de caracterizarse, indefectiblemente, por la salud mental,
emocional y espiritual que lo capaciten para HACER, desde el rol que
ocupe, simplemente, lo que DEBE HACER.
La
atención de un niño precisa de una inclinación natural hacia el
acercamiento, la simpatía, la apertura, el compromiso, la entrega,
la escucha y la comprensión. Sencillamente: VOCACIÓN…y aptitud
para disociar lo propio de lo ajeno, haciendo factible la no
contaminación de aquello que hago con y para el otro con mi
conflictiva personal.
No
cualquiera accede al privilegio de trabajar con niños y,
precisamente en honor a ellos, creo que, al momento de elegir
nuestros caminos laborales, debiéramos darnos cuenta de que “lo
que natura non da, Salamanca non presta” y, por un desarrollo
óptimo y el alcance de la felicidad para todos y cada uno de
nuestros niños, ser capaces de pensar…y obrar en consecuencia.
Psp.Ma.Alejandra
Canavesio.
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