¿PARA
QUÉ JUGAR?
El
juego es una necesidad. Jugar es necesario, tanto para el niño como
para el adulto, aunque para cada uno tiene un significado diferente.
En el adulto el juego implica distracción, entretenimiento,
descanso, alivio y distensión; un tomar distancia de sus
preocupaciones y ocupaciones; un “perder el tiempo” de sus
obligaciones de adulto para “ganarlo” en placer en tanto que es
persona. Para el niño, en cambio, el juego es una función básica,
un comportamiento totalizador que compromete sus percepciones, su
sensitividad, su motricidad, su inteligencia, su afectividad y su
comunicación; no es un simple pasatiempo ni una distracción
pasajera; mucho menos aún, una “pérdida de tiempo porque sí”...como
muchas veces creen y manifiestan los padres.
Al niño
le hace falta jugar, solo o con otros, con o sin juguetes... pero JUGAR.
Para él, el juego tiene una doble función: por un lado de
aprendizaje y, por otro, terapéutica. Mediante el juego el niño
aprende a conocer el mundo de los objetos, a sí mismo y a los demás.
Al principio es individualista y, más tarde, se transforma en
aprendizaje de la convivencia y la sociabilidad, preparándolo para
la vida en comunidad. A través del juego el niño se pone a prueba
a sí mismo, a sus facultades y capacidades en desarrollo, ejercitándose
permanentemente en el riesgo implícito de nuevas experiencias. Es
en el juego donde el niño se siente omnipotente, ya que por medio
de él puede conquistar su autonomía, construyendo un mundo del que
es el soberano.
Por
medio del juego el niño expresa sus necesidades y deseos; revela
quejas, temores y estados de ánimo que no puede comunicar a los demás
directamente; descarga ansiedades y tensiones que no le resultan
posibles de exteriorizar de otro modo; maneja y controla situaciones
negativas y dolorosas que ha sufrido en silencio y sin poder
defenderse, transformándose en sujeto activo de hechos que ha
vivido pasivamente; metaboliza acontecimientos cotidianos difíciles
de aceptar y asimilar; y elabora situaciones y experiencias traumáticas.
El niño
necesita jugar para aprender. Pero así como aprende jugando,
también tiene que aprender a jugar... Y es el adulto quien
debe hacérselo posible.
Si bien
existen juguetes específicos para las distintas edades, el niño
puede jugar con cualquiera de ellos o con cualquier objeto que tenga
a su alcance, claro está, siempre que no signifiquen un peligro
para él. Lo que importa aquí es que el adulto no “dirija” su
juego, “obligándolo” a jugar de tal o cual modo, según
“corresponda” por lo que tenga en las manos. Si el adulto a
cargo va a condicionar el juego del niño, por ejemplo, al cuidado
del juguete que le entrega para usar (por ser delicado, rompible,
valioso, costoso, etc.), es preferible que le dé otra cosa para
jugar. El niño (sobre todo el pequeño) necesita tocar y manipular
los objetos para descubrir por sí mismo cómo son, qué puede hacer
con ellos y para qué pueden servirle. Si el adulto que está con él,
por ejemplo, le muestra y mueve graciosamente algo ante sus ojos, lo
primero que el niño va a hacer es estirar su mano y pretender
tomarlo. Suele suceder que ese objeto mostrado era sólo “para ser
mirado” y el adulto se lo niega
con un “no” rotundo pero, al mismo tiempo, sonríe
ampliamente y le dice -“mirá...mirá”- , “enseñándole” de
este modo un comportamiento contradictorio mientras le impide su
propia experiencia de aprendizaje.
Entregar el juguete adecuado para que el niño lo utilice de
acuerdo a sus necesidades y sin exigirle limitaciones erróneas es
responsabilidad exclusiva del adulto. No es lo mismo reprender a un
niño de 2 años porque rompió una pista de autos a control remoto,
que a uno de 12 porque destrozó un autito de colección. No tiene
igual significado el hecho de que a los 2 años un niño demuela de
un manotazo la torre de cubos que acaba de construir, que que a los
12 destruya a patadas lo que termina de armar.
Es
importante considerar el error que muchas veces cometen los padres
cuando “fuerzan” al hijo a compartir juegos y juguetes en un
tiempo en el que aún no está preparado para el juego social. Antes
de los 3 años el niño disfruta jugando solo, o en compañía de
alguien, pero sin compartir, y es preciso que no se lo “obligue”
a hacerlo.
Imprescindible
resulta también el hecho de que el niño, desde muy pequeño,
aprenda tanto a ganar como a perder en el juego, preparándose para
trasladar y aplicar este aprendizaje a la vida cotidiana. Es muy común
que el adulto, amparado en expresiones tales como -“pobrecito, es
tan chiquito...¿cómo lo voy a hacer perder?...”- engañe al niño
haciéndole creer que es capaz y puede ganar siempre, alimentándole
de ese modo una falsa omnipotencia que finalmente le traerá
incalculables trastornos en su vida individual y social cada vez que
le toque perder, realmente.
No
caben dudas de que el juego es una actividad básica y primordial
para el desarrollo del niño; por tanto, las actitudes y
comportamientos de los padres y demás familiares ante el juego, los
juguetes y el jugar del niño imprimirán huellas imborrables en su
personalidad en formación. Por esto, en todo momento y ante
cualquier circunstancia, es NECESARIO recordar y tener presente que
la salud física, mental y emocional de todo niño depende del marco
dentro del cual los padres le permitan crecer.
Psp.Ma.Alejandra
Canavesio.
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