¿NIÑOS AL ATAQUE?

 

Incrustados en el caos, la confusión y el desorden intoxican nuestra cotidianeidad. Todo parece estar fuera de control. Los objetivos se persiguen y las metas se alcanzan en la sinrazón de agredir al otro “porque sí”, utilizando por recursos la transgresión, el ímpetu, el desenfreno y la brutalidad. Reinan el desequilibrio y la inadaptación. Y estamos acostumbrándonos...

Nuestros niños están cuantiosamente ilustrados de violencia. En la casa, en la calle y a través de los medios de comunicación se les destila cada vez en más grandes dosis. El imperio de la imagen está omnipresente en la vida de nuestros hijos, que presencian a diario, por televisión, peleas, robos, asaltos, secuestros y asesinatos, no precisamente como escenas de películas de ficción. Es la vida real, aquí y ahora.

La agresividad y la violencia están instaladas en la realidad de todos y cada uno de nosotros, fundamentalmente, al encender el televisor. Gracias a que una imagen vale más que mil palabras, no es necesario formar parte activa de un episodio para que éste nos conmocione. El lenguaje visual es emocional y la tecnología de la imagen está arrollándonos.

Este fenómeno de la violencia, cada vez más generalizado, sin dejar de ser temido está convirtiéndose en algo “natural” y circunstancial de nuestra forma de vivir. Se ha vuelto “normal” encender el televisor y toparnos con el asalto a un banco, la toma de rehenes, algún nuevo secuestro express, persecuciones, tiroteos y cuerpos ensangrentados (cuando no muertos). Todo se muestra y explica con lujo de detalles y expresiones que resaltan y destacan la destreza y habilidad de los delincuentes, siguiendo el “paso a paso” de lo que resulta ser una especie de manual auditivo ilustrado.

A esta altura la gente, más que horrorizada, está perpleja. La capacidad de asombro se va agotando y la sensibilidad emocional disminuye como consecuencia de la excesiva repetición a que nos someten los medios, haciendo que cualquier barbaridad resulte “esperable”. En la hiper-exposición a la sucesión concatenada de este tipo de hechos y situaciones, la violencia está mediatizando nuestros actos y condicionando nuestro pensamiento. Poco a poco vamos logrando una mayor tolerancia a la agresión y cierta inclinación a justificarla, volviéndonos cada vez más “inmunes” a lo que vemos y escuchamos... ¿Realmente hay que sentirse agradecidos cuando no nos mataron al secuestrarnos o no nos golpearon para arrebatarnos la billetera?... ¿Se supone, entonces, que debemos enseñar a nuestros hijos que matar está mal, pero que secuestrar sin quitar la vida es un poco mejor, o que robar no corresponde, pero sin puñetazos no es tan malo?...

Con la exhibición casi constante de modelos agresivos estamos empujando a los niños al aprendizaje social de la violencia. Los ejemplos cotidianos que se alzan ante ellos les señalan que la conducta agresiva puede tener consecuencias gratificantes, que siendo violentos es posible conseguir protagonismo y que, la mayoría de las veces, la agresión tiene éxito y no es castigada. El mensaje es que, ante la intolerancia a la frustración, la falta de oportunidades, la escasez de trabajo y el hambre, “todo vale”.

Y no es así. La violencia no es el camino, porque dañar al otro no es la solución.

La realidad actual no puede ocultarse al niño como si no existiera, pero tampoco se debe exponerlo al bombardeo incesante de imágenes cruentas que puedan infundirle temor e inseguridad o lo exciten y estimulen a imitar comportamientos que perciba como válidos.

Los modelos que crea y las verdades que instituye la televisión deben ser equilibrados con los de la familia. Es tarea de los padres adaptar la televisión al niño y no permitir que sea él quien se adapte a ella.

Los caminos por los cuales optar son tres: esperar a que la realidad se modifique mágicamente, resignarse a lo que sucede y vendrá, o decir “basta” y movilizarse para el cambio. El “decir basta” implica la puesta de un límite: “ hasta aquí permito”, “hasta acá acepto”, “a partir de este punto, hago yo”.

Es preciso reducir al mínimo el contacto del niño con modelos agresivos a la vez que ejercitarlo en el manejo de estrategias verbales para afrontar situaciones problemáticas. Hay que cultivar los valores y practicarlos a diario en la vida familiar.

La crueldad corroe los cimientos de una sociedad civilizada. Sucede aquí y ahora. Y es una elección de cada uno enraizarnos como impávidos espectadores de la decadencia humana... o constituirnos en hacedores activos, a partir de hoy, del mañana que todos nuestros niños merecen vivir.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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