LOS HIJOS PRIMERO.

 

En el transcurso de estos once años que llevo ejerciendo la psicopedagogía clínica he conocido a muchos grupos familiares bien y no tan bien constituidos, he acompañado en la orientación de los hijos a padres separados y separándose, y he sentido el dolor de aquellos (generalmente mamás) que, además de acarrear consigo la frustración y el fracaso que de por sí implican la finalización de un matrimonio, deben soportar la no siempre encubierta guerra que el otro les declara...perdiendo de vista al niño.

El “arreglátelas vos” o el “vos lo quisiste así” son expresiones demasiado tristemente cotidianas, mediante las cuales quien las dice pone en evidencia un profundo dolor personal que se erige en arma para disparar en contra del otro, a fin de provocarle lo mismo, no percatándose de que ahí, en el medio del campo de batalla, está el hijo.

Este tipo de situaciones se producen, fundamentalmente, cuando las separaciones no son de mutuo acuerdo; cuando el hombre y la mujer no han logrado sentarse tranquilos y llegar juntos a la conclusión de que su matrimonio llegó hasta ahí y punto. (Claro está, después de haber buceado en las alternativas de solución, en procura de la mejor para el bien de todos). Pero, justamente, de lo que se trata es de la finalización del matrimonio y no de la conclusión de la paternidad y la maternidad.

Cuando la separación no se produce de común acuerdo, suele instar al enojo y al resentimiento de la parte “inocente” contra la “culpable”, conduciéndola a actitudes y comportamientos agresivos descargados directamente sobre él o ella y que repercuten indirecta pero indefectiblemente en el niño. Si los padres se embarcan en la empresa de destruirse el uno al otro, no podrán HACER por el hijo; enceguecidos por el dolor o la ira, simplemente, NO PODRÁN VERLO, así como tampoco darse cuenta de que si algo sucedió, en cierto punto, fue porque uno “cometió” y el otro “permitió” o “dio espacio” a que sucediera. Esta realidad, lejos de acrecentar malestares, tiene que poder erigirse en motor de revisión de conductas, entre otras razones, para no repetir los errores.

Luego de una separación unilateral (no de mutuo acuerdo), en líneas generales, ocurre que, siempre como ataque al ex (encubierto, explícito o como sea, pero ataque al fin), el papá acostumbra quitar el dinero y la mamá el afecto. El papá no entrega a la mamá el dinero que debe pasar al hijo y la mamá evita el contacto de éste con el papá. ¿Para qué?...Para castigar al otro “por lo que me hizo”... “Ah, ¿no me das la plata? Bueno, entonces a Ignacio no lo vas a ver” o “Hasta que no me dejes ver a Sofía, vos no vas a ver ni un centavo”...Y yo pregunto: y el hijo, ¿qué?...¿Cuesta ¡tanto! darse cuenta de que el dinero no es para la mamá de, sino para el niño?...¿Es ¡tan! difícil entender que el niño necesita el contacto con su papá?...Y, sí; cuesta y es difícil. Y lo es porque el enojo y el dolor enceguecen la razón. Mientras tanto, el tiempo pasa y el niño tambalea. Mientras los padres no consigan una buena relación entre sí, desvinculándose del matrimonio que ya no es, no podrán brindar al hijo el marco adecuado para su desarrollo emocional y mental. En tanto no se diferencien las decisiones a tomar POR el hijo de las que son PARA molestar al otro, no se podrá atender convenientemente al niño, que lo que necesita es que el amor de sus padres hacia él fluya y se manifieste, independientemente de lo que cada uno sienta por el ex.

A muchos padres les cuesta concientizar que las necesidades del hijo están por sobre las de ellos mismos. No se trata de anclar en la postura de “YO me separé”, “mi marido ME dejó” o “MI matrimonio se acabó”...; se trata de trabajar en la elaboración del duelo que la pérdida de un matrimonio significa, en pro del saneamiento personal que evite lastimar el vínculo de cada uno con el hijo.

La situación ideal para todo niño es vivir en familia, con un papá y una mamá queriéndose entre sí y a él. Cuando esto no es posible, se hace imprescindible una buena separación, sin agresiones ni malos tratos, que muestre al hijo la realidad de “no estar más casados y bajo el mismo techo”, pero sí “juntos para él”, donde quiera que cada uno esté.

Es fundamental contribuir a que el niño mantenga el mismo nivel de vida que tenía (ya demasiado con no tener más a uno de sus papás en casa) y que no le falte nada de lo que acostumbraba tener o hacer.

Después de la separación, ambos padres deben hacer todo lo posible por que el hijo se sienta querido, partiendo de la base del respeto por el otro, sencillamente, por tratarse del papá o la mamá de SU hijo. Es importante que los dos se ocupen, equitativamente, de ayudar y acompañar al niño en las tareas escolares, en las actividades deportivas, en la ida al médico, en los paseos, etc., como para evitar que uno se haga cargo de lo “obligatorio” y el otro de lo “recreativo”, mostrándole igualdad de criterios en una educación y formación compartidas.

“Perdedores” de una realidad que ya no es y “ganadores” de una nueva vida, ex-esposos pero padres unidos, tienen la misión de lograr en el hijo la felicidad de sentir que son para él, indudablemente, su MAMÁ y su PAPÁ...y no sólo el EX del otro.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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