LO QUIERO.

 

Hace un tiempo una docente de nivel inicial me consultó acerca de un alumno en cuya bolsita a cuadros había aparecido algo que no era suyo y a quien, a pesar de él negarlo, todo indicaba como el autor de la sustracción. Esta mujer no sólo se mostró ante mí preocupada por el niño sino también por el modo en que debía tratar el tema con los papás. Instantáneamente comenzaron a desfilar docenas de preguntas por mi cabeza. Había ¡tanto! que considerar...

El niño es amigo innato de lo ajeno. Desde muy pequeño, el deseo de acaparar los objetos que están a su alcance y apropiarse de ellos es algo instintivo en él, porque todo le resulta atractivo. Pero el futuro acercamiento que tenga a lo que no forma parte de sus pertenencias depende, en gran medida, de las actitudes de que se valgan los padres para transitar estas situaciones desde la más corta edad del hijo. Expresiones tales como: “ah, ¿te querés llevar ese autito? Seguro que José te lo da; él ya está grande para usarlo. ¡Cómo no va a regalártelo!...” o “ayyyyyyy, pobrecito, quiere ese oso. Vos no tenés problemas en dárselo, ¿cierto, Manuel?...” no transmiten las mismas enseñanzas que: “¿te gustaría tener un autito así? Pero ése es de José. ¿Vamos a preguntarle si te lo presta? Si dice que sí, te lo llevás para jugar hasta mañana y se lo devolvemos. Porque es de él...” o “Manuel, a Julián le gusta mucho tu oso. ¿Vos se lo prestarías hasta mañana y te lo traemos de regreso?...”

También depende del comportamiento de los padres (y de todo adulto en contacto con el niño) la continuación de la historia fuera de la escena original. Si una vez que el niño obtuvo lo que quería se desentiende de ese objeto, no se conecta con la realidad de que, para que él lo tenga, por desearlo, el dueño se quedó momentáneamente sin lo que es suyo. Por supuesto que no se trata de obligarlo a jugar o usarlo “ahora que lo tenés” sino, simplemente, de hacerlo partícipe de la situación, aunque sin ánimos de que se sienta culpable de que el otro esté sin lo que le pertenece. Es importante enseñarle a valorar no solamente el objeto prestado sino la acción de prestar.

El niño debe crecer en la vivencia de que prestar no es regalar, para ir haciéndose en el aprendizaje de lo que es propio y lo que es ajeno, así como también del compartir.

A diferencia de hurtar, en donde no entran en juego la violencia ni la intimidación, robar es apoderarse intencionalmente de lo ajeno; tomar para sí lo que no es de uno, con violencia o engaño e intención de perjudicar al otro en beneficio propio. Para que el niño tenga noción del robo y de estar “robando” o “hurtando”, es preciso que haya logrado una idea acerca del sentido de la propiedad, del bien y del mal y de lo justo e injusto, y a esto no lo consigue antes de los 6 años.

Toda vez que el niño sustrae un objeto que no es suyo está dando una señal con la que comunica algo. Fundamentalmente, con su actitud y conducta está diciendo LO QUIERO...”Lo quiero para mí, lo quiero para que vos no lo tengas, lo quiero para quitártelo, lo quiero para dejarte sin él, ...para tenerlo yo, ...para parecerme a vos por tenerlo, ...para que te sientas mal porque no lo tenés más, ...para mostrarte que me animo a sacártelo porque soy valiente, ...para que se den cuenta que quiero uno igual, ...porque jamás lo compartís conmigo, ...porque nunca me toca tenerlo,...porque lo pido y no me lo dan, ...porque me desafiaste a que lo tome, ...porque ¿qué hay de malo en sacarle al otro lo que es de él?, y...porque, después de todo, ¿por qué no puedo tenerlo si lo quiero?...” En cada una de estas situaciones, el mensaje que el niño transmite es diferente, al igual que las razones que lo movilizan a proceder del modo en que lo ha hecho. Por tanto, es imprescindible la mirada que el adulto haga del niño en escena, para poder proceder adecuadamente. Si se toma el tiempo de observar atenta y distendidamente la reacción del niño al preguntarle si él ha sacado o no tal o cual objeto y por qué, inmediatamente sabrá si es o no responsable de lo sucedido. En caso de que deduzca que sí lo es, sólo mostrándose calmo y dispuesto a escuchar se hará confiable como para que el niño hable. También desde el adulto es importante considerar en qué circunstancias el niño se apodera de lo ajeno (atento a que nadie lo vea, haciendo irse a los otros para quedar solo, buscando ser visto...), cómo reacciona al ser descubierto (riendo, llorando, enojándose, palideciendo, sonrojándose, mirando a los ojos, bajando la mirada, permaneciendo indiferente...) y si acepta o no y de qué modo su responsabilidad (“fui yo”, “yo no fui”, “fue Joaquín”, “desapareció”, “se lo llevó un monstruo”, “lo escondió un fantasma”...).

Una vez que se brindó al niño el espacio y el tiempo para que hable acerca de lo que pasó, la siguiente misión del adulto es apoyarlo en la tarea de hacerse cargo de lo que hizo: ayudarlo en la aceptación y reconocimiento de su responsabilidad, acompañarlo en la devolución del objeto tomado, guiarlo a pedir disculpas al dueño y facilitarle el darse cuenta de que sacar a alguien un objeto, sin su consentimiento, es algo que no está bien, evitando los rótulos y las amenazas (“sos un ladrón”, “llamaré a la policía”, “acabarás en la cárcel”...), así como también los sermones, los malos pronósticos y toda posibilidad de obtener de lo ocurrido otro beneficio que no sea el aprendizaje de que apropiarse de lo ajeno es algo que no se hace.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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