LA
EVIDENCIA AFECTIVA.
La
afectividad no es un conjunto de palabras que se recitan sino
conductas que se ejercen. Si bien es indudablemente importante para
el niño escuchar que se le diga “te quiero” o “te amo”, más
significativo es aún vivenciarlo a nivel de todos los sentidos, es
decir, SENTIRLO.
Las
conductas son acciones de la persona en relación a otras y
al medio que las rodea, mediante las cuales intenta integrar sus
propias necesidades con las posibilidades que su ambiente le brinda,
en una constante búsqueda del equilibrio. Desde el preciso instante
en que nace, el niño empieza a conducirse, a partir de que surgen
en él distintas necesidades y, con ellas, diferentes conductas
tendientes a satisfacerlas, a través del vínculo con las otras
personas. Y, del mismo modo en que la satisfacción es una necesidad
en base a la necesidad, la manifestación en sí misma también lo
es. En su relación con los demás, el niño establece vínculos
afectivos y va desarrollando una forma peculiar de conducirse y
vincularse, expresándose a través del cuerpo y la palabra. Los vínculos
afectivos se organizan y estructuran a partir de las emociones y los
sentimientos, y es la fuerza afectiva, precisamente, el motor que
moviliza la conducta.
Alzar
a un niño, tomarlo en brazos, abrazarlo, besarlo, acariciarlo y
mimarlo significan para él mucho más que una simple manipulación
física. En cada uno de esos gestos, la comunicación especialísima
que se genera entre el adulto y el niño es el alimento primordial
para su desarrollo psicológico y afectivo-emocional. El niño
aprende acerca de los sentimientos y las emociones en general y,
especialmente, del hecho de ser amado a través del contacto
físico del abrazo, la caricia y el beso.
La
calidad afectiva de la relación interpersonal entre cada uno de los
padres y el hijo proporciona el cimiento esencial para el desarrollo
saludable de su personalidad. El contacto corporal hace que el niño
se sienta bien consigo mismo, enalteciendo su autoestima, afirmando
su ser físico y confirmando su valor como persona (“merezco un
abrazo”, “¡quiere darme un beso a mí!”), aprendiendo en
estos términos a sentirse aceptado o sutilmente rechazado. No es lo
mismo para el niño que sus padres se relacionen con él por medio
de un simple “hola”, a que acompañen esa comunicación verbal
con un abrazo, un beso en la mejilla, una caricia en el cabello, un
mimo en la espalda, unas palmaditas en un hombro o un apretón en la
mano. La vinculación con el niño tiene para él una connotación más
que significativa cuando la palabra hablada se secunda o anticipa
con algún contacto corporal que induzca al acercamiento no sólo físico,
sino, fundamentalmente, emocional.
El
niño al que solamente se le dice “te quiero”, escucha
que lo quieren, pero eso no implica necesariamente que lo sienta.
Es mediante la integración de lo verbal con lo gestual y lo
corporal, que el niño va a poder VIVENCIAR la realidad de SENTIR el
amor de sus padres. El contacto físico no sólo le significa algo
agradable, sino que es el medio más seguro de entrar en intimidad
afectiva con él y, por consecuencia, algo imprescindible para su
bienestar psíquico, emocional y corporal.
De
la madurez y estabilidad emocional de los padres, así como también
del tipo de vínculo
afectivo que fomenten en el niño resultará un hijo afectivamente
equilibrado, seguro de sí mismo y de su capacidad para dar y
recibir amor, o un hijo inseguro y dependiente o esquivo y agresivo,
con serios inconvenientes para establecer lazos afectivos con otros.
Un niño al que a menudo nadie se le acerca puede llegar a creer que
no es merecedor del afecto de los demás y su expresión corporal
puede tornarse lenguaje patológico y derivar en dificultades
psicosomáticas.
Dentro
de un marco de miradas, tonos de voz y gestos afectuosos que
comulguen con el lenguaje verbal del que se valen, los padres no sólo
pueden sino que deben formar a su hijo para permitirle el
equilibrio, la alta autoestima y la seguridad en sí mismo que únicamente
serán factibles si lo educan en la complementación de la palabra y
la acción.
Es
importante, al momento de “diseñar” la clase de persona que se
pretende del niño, considerar que tal y como un golpe deja por
huella un hematoma, un abrazo imprime a su integridad la seguridad
que SOLAMENTE puede brindarle el amor.
Psp.Ma.Alejandra
Canavesio.
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