“¿HICE MAGIA?”

 

La sorpresa lo asalta cada vez que se topa con alguno de sus logros como si fuera obra del azar. Hasta ante la más ínfima de sus conquistas me mira desde esa carita suya tan típicamente angelical y, con un gesto en el que se entremezclan la incredulidad y el asombro, sonríe ampliamente y me pregunta: “¿cómo hice, Ale? ¿Hice magia?”...

  Existe una diferencia esencial entre la casualidad y la causalidad: la primera se relaciona con lo ocasional, lo eventual, lo accidental y lo fortuito, mientras que la segunda lo hace con la causa, el fundamento, el motivo y el origen.

Toda conducta que el niño realiza obedece a una razón; hasta la acción más simple, incluso cuando su respuesta ante un estímulo es un acto reflejo (porque sería, precisamente, un acto reflejo y no un acto de magia). Del mismo modo en que toda causa produce un efecto, todo efecto es producido por una causa.

Cuando el niño cree que lo que él mismo ha hecho es magia no está conectado con su propio accionar en ese acontecimiento; no se percata de su propia participación activa en la consecución del resultado final; no se da cuenta de que, justamente, a partir de haber hecho algo él es que obtuvo ese producto.

Desde el preciso instante en que el niño lleva a cabo una conducta cualquiera tiene que concientizar que se trata de una acción suya y no de algo extraordinario o maravilloso que se produce independientemente de él. Que ahora tenga, por ejemplo, los cordones de las zapatillas atados cuando hasta hace dos minutos no los tenía así (obviamente en el caso de que no se los haya atado alguien), significa que los vio desatados, pensó en que no debía tenerlos de ese modo, recordó cómo se atan, hizo una serie de movimientos secuenciados con sus manos y dedos y finalmente quedaron atados. Él mismo los ató.  

Es muy común que los adultos se valgan de palabras y expresiones inadecuadas al momento de relacionarse con el niño, la mayoría de las veces, con el afán de estimularlo. Si la mamá, el papá u otra persona entra a la habitación del pequeño, la encuentra desordenada y le dice, por ejemplo: “a ver, a ver...a hacer magia y que todo esto quede hermoso”...o, habiéndola visto desordenada la encuentra ordenada después, y exclama: “¡uau!, ¿qué magia hubo por acá para que todo esté en su lugar?”..., quizás sí lo incentive al orden (suponiendo que ése sea el propósito del comentario), pero sobre una idea falsa. No es lo mismo introducir, sin mirar, una mano en una bolsa que contiene cartelitos individuales con palabras y revolver diciendo: “vamos a hacer magia para ver qué sacamos de aquí”, que decir “¿qué palabra sacaremos?”... Hay una diferencia muy clara entre la incertidumbre que puede provocar al niño la realidad de no saber qué palabra se va a extraer de la bolsa y acomodarse fácilmente en la idea de que el hecho depende de la magia. Y es a partir de que el adulto se de cuenta de esto que puede proceder no sólo como le compete hacerlo sino como conviene al niño en pro de su apertura al descubrimiento de sus propias posibilidades de aprendizaje.

Que el niño piense que lo cotidiano que se desprende de su proceder personal es mágico puede derivar, por un lado, en el desinterés y el desentendimiento respecto a hacerse responsable de sí y de su accionar y, por otro, en creerse un mago, con el consiguiente riesgo de encumbrarse en una idea ficticia de poder, ocultación y misterio que, lejos de ayudarlo a crecer y desarrollarse positivamente, lo confunda y atrape en un concepto erróneo tanto de él mismo como de su entorno.

Desde pequeño el niño precisa cultivar su capacidad de descubrir para evitar suponer, de razonar para no adivinar, de reflexionar para no predecir y, para conseguirlo, son los adultos quienes deben brindarle los medios y las condiciones necesarios como para que resulte “un hecho”, a través de todas y cada una de las oportunidades diarias que se puedan presentar y que sean viables para sus diferentes aprendizajes.

Una de las costumbres más aconsejables por las que deberían optar los padres consiste en ejercitar el hábito cotidiano de describir, detallar, enumerar y secuenciar los pasos de cuanto proceso lleven a cabo (desde las acciones más simples hasta las más complejas), tanto dentro como fuera del hogar, a fin de que el niño lo internalice adecuadamente, conectándose con la realidad de cómo suceden los hechos y que, a partir de ahí, pueda saborear el darse cuenta de que, así como sus padres lo son de las suyas, sólo él es artífice de su propia conducta.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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