“ESTOY
ABURRIDO”.
En
medio de la vorágine que significa la vida de hoy y en la cual
hombres y mujeres padres y madres transcurren sus días
precipitadamente de una actividad en otra, embotados de
responsabilidades laborales, ocupándose de mucho y preocupándose
por más, hundidos en comportamientos mecánicos y automatizados que
se conectan con el malestar y el fastidio en detrimento del placer,
el hijo emerge alzando una señal de alarma: “estoy aburrido”...
El
aburrimiento es el cansancio, el desgano, la incomodidad y el
disgusto que sobrevienen a la excesiva prolongación de una situación
carente de interés. Hacer las cosas mecánicamente y por costumbre
deviene en rutina, y el hábito adquirido de hacer siempre lo mismo
por mera práctica, que es la rutina, puede ser útil siempre que
sea elegido porque sirva para algo. De todos modos, por más que lo
rutinario “sirva”, ésto es sólo posible durante un tiempo.
La
rutina y el aburrimiento no suceden por hacer las mismas cosas, sino
por hacer lo mismo siempre de la misma forma, muchas veces hasta en
el mismo lugar y a la misma hora. ¿Cuántas veces puede un niño,
sin aburrirse, hacer la tarea de la escuela de lunes a viernes a las
cuatro de la tarde en la misma silla del comedor?... ¿Cuánto
tiempo puede resultarle placentero almorzar la misma comida y el
mismo postre todos los domingos en casa de los abuelos?... ¿Qué
cantidad de veces es posible gustar de la misma salida con mamá y
papá, hacia el mismo destino, por el mismo camino, estacionando el
auto en el mismo lugar y acortando la distancia hasta llegar por la
misma vereda?... ¿Cuánto tiempo puede agradarle ir a la escuela
recorriendo el mismo trayecto de ida y de vuelta todos los días del
año?...
Lo
aburrido es el cómo y no el qué; no
tiene que ver con qué es lo que se hace sino con el cómo se lo
hace. Es la manera de hacer las cosas lo que aburre y no el hacerlas
en sí. Que el niño tenga que cumplir a diario, por ejemplo, con
alguna actividad escolar que no lo deleita no tiene por qué
tornarse en algo aburrido, siempre que pueda elegir distintas formas
de llevarla a cabo y que esas formas le resulten divertidas.
Lo
divertido es lo opuesto a lo aburrido y el término deriva de
“diverso”, de diferente y variado. Divertirse no se circunscribe
solamente a la idea de entretenerse, recrearse o transcurrir el
tiempo a las carcajadas, sino que se expande a la posibilidad de
desviar el humor hacia otra parte, alejándolo del punto en que
molesta o daña. Lo divertido tiene que ver con la vivencia y
no con la cantidad de cosas que se hagan; con lo que el niño siente
al hacer lo que hace y con el cómo lo experimenta.
Para
no aburrirse todo hijo precisa de la anuencia de sus padres para
divertirse, así como también que le brinden las condiciones y
oportunidades necesarias para hacerlo posible. Son los padres los
responsables primeros de dar el permiso inicial que el niño
requiere para variar sus costumbres, comenzando por deshacerse ellos
mismos de la idea de que se trata de algo inconveniente y siguiendo
por esmerarse en ser lo suficientemente creativos como para
ofrecerle un abanico de posibilidades en cuanto a formas de afrontar
y llevar a cabo todo aquello que haga.
El
estado de ánimo y la predisposición ante la realización de una
actividad no son los mismos si esa actividad es elegida o impuesta.
Cada vez que el niño se declara aburrido está denunciando
claramente que no eligió hacer lo que está haciendo, sin lugar a
dudas, porque eso no despierta su interés, al menos, en ese
momento. Frente a estas situaciones los padres tienen que
preguntarle cómo le gustaría y de qué modo quiere hacer lo que
debe hacer (a partir de la realidad de no poder optar por no
hacerlo) e instrumentar las variantes pertinentes que le permitan
hacer eso que lo aburre de un modo diferente, tanto como
posibilitarle la libre elección de actividades que le resulten
atractivas por sí solas. Una vez aburrido, el único modo de
“desaburrirse” es optar por lo diverso a partir de la elección
de distintas alternativas de realización para una misma actividad o
situación.
A
medida que crece y en la asimilación permanente de los estilos
actitudinales y conductuales de sus padres como referentes
primordiales de aprendizaje es fundamental que el niño se habitúe
a vivenciar la satisfacción de saborear cada
experiencia de vida en la búsqueda constante de disfrutar hasta
de los acontecimientos mínimos, aprovechándolos al máximo
y aprendiendo a gozar de los beneficios íntimos que esto
implica y que contribuyen a la construcción de la entereza y la
fortaleza que precisará para afrontar los hechos y situaciones
desagradables que se le presenten y de los que deba hacerse cargo.
Resulta
trascendental tanto para padres como para hijos vivir sus propias
vidas conectados con la idea hecha piel de que, tal y como dijo Jean
Paul Sartre alguna vez, “la felicidad no es hacer lo que uno
quiere sino querer lo que uno hace”.
Por
un crecimiento integral y una vida plena para todos y cada uno de
nuestros niños, que así sea.
Psp.Ma.Alejandra
Canavesio.
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