EL ETERNO NIÑO.

 

El ser padres no es un hecho, sino un arte; un proceso y no un suceso; un dar lugar a una vida nueva por amor y con amor. Significa ser capaces de responder a las necesidades de otro, que es el hijo; estar capacitados para “trabajar” en procura de que ese hijo se desarrolle, crezca y madure para sí mismo y no para ellos, evitando que sea, simplemente, una realización de sus deseos y expectativas. Ningún padre debe estancarse en la postura de que el hijo es su propia prolongación... y nada más.

La madurez se logra cuando la persona está apta para percibirse a sí misma, al otro y a las cosas tal cual son; cuando es capaz de dar y recibir, en un enriquecimiento mutuo; cuando puede amar a quien no necesita para la satisfacción de sus propias necesidades individuales; cuando es capaz de hacerse cargo y responder por sus propios actos.

Muchas veces, a un hombre y a una mujer les “toca” ser padres y no están preparados para serlo, porque aún no han alcanzado la madurez necesaria como para desempeñar los roles que les corresponden, por no haber superado etapas en donde el egocentrismo y el egoísmo son las características fundamentales. Y si algo necesita un niño, es ser amado.

El padre que no está maduro como para ser tal es aquel que sólo se interesa por sí mismo y es incapaz de pensar en su hijo por él y no para sí; que no siente ni el más mínimo placer en dar, sino únicamente en recibir; que carece de interés por las necesidades y deseos del hijo; que lo utiliza y se sirve de él para la satisfacción de sus propias necesidades; que se apoya en él, invirtiendo los roles; que lo usa como receptáculo de descarga para sus tensiones y ansiedades; que proyecta en él sus propios problemas, muchas veces hasta lo culpa de ellos y finalmente lo arremete por eso; que no asume ni enfrenta ninguna de las situaciones problemáticas que surgen de su parte; que no puede establecer con él un vínculo profundo y responsable... Un padre inmaduro es alguien incapaz de preocuparse ni ocuparse activamente de la vida y el crecimiento  saludable de su propio hijo.

La forma en que un padre trata a su hijo no depende únicamente de aquello que “sepa” respecto a la crianza y educación de un niño, sino de emociones, sentimientos y actitudes personalísimos que van a demostrar no sólo su capacidad de haberlo aprendido, sino también su aptitud para ponerlo en práctica. El modo en que un padre trata a su hijo refleja, indudablemente, qué clase de persona es.

Un padre inmaduro es alguien que mantiene aún una dependencia afectiva respecto a sus propios padres, o a uno de ellos, y su accionar cotidiano es un interjuego permanente de conductas infantiles y actitudes seudo-adultas, que claramente confirman su debilidad y dependencia . Este alguien simplemente no puede amar a un hijo porque sólo necesita ser amado.

El niño es un reflejo del adulto. Si la relación entre padre e hijo es saludablemente aprovechada ofrece al padre una incomparable oportunidad para hacer un examen de sí mismo, en procura de un beneficio mutuo. Cuando un padre se vuelve capaz de percibir y aceptar lo que ocurre en su relación con el hijo, más posibilidades tiene de darse cuenta y reconocer lo mucho que aún le queda por aprender para lograr del hijo una vida diferente de la suya.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

Copyright © 2003. Psp. María Alejandra Canavesio.

Reservados todos los derechos.