DIÁLOGO VS. PREGUNTAS Y RESPUESTAS.

 

¿Qué espacio y tiempo se da a la comunicación en la familia? ¿Se comunican los padres entre sí? ¿Lo hacen con sus hijos? ¿Posibilitan al niño comunicarse con ellos?...

Comunicar significa hacer partícipe al otro de lo que se conoce, tiene, quiere, piensa y siente, y de todo lo contrario. Al comunicarse, una persona se relaciona con otra emitiendo un mensaje, transmitiéndolo y haciéndoselo saber, para que sea interpretado. Implica establecer una correspondencia entre dos o más personas, en un trato recíproco, entablando un contacto.

En cada uno de sus gestos, actitudes y conductas el niño comunica algo; da a conocer una necesidad, una idea, un deseo, una duda, una preocupación, un malestar, una demanda; pone a la vista del adulto algo de sí mismo que precisa ser observado, tenido en cuenta, considerado y atendido. Y para poder hacerlo, es el adulto quien debe no solamente  permitírselo, sino también responder, de la manera adecuada.

Amparados en la excusa de la “falta de tiempo” a que los conducen sus actividades diarias, muchos padres obvían (cuando no la evitan) la comunicación entre ellos y respecto a los hijos. Aparentemente “no hay tiempo” para hablar, para contar ni para escucharse. Al parecer, el dedicarse a otras cosas quita a la familia el contacto entre sus miembros; el contacto que implica un “con-tacto”, es decir, un acercamiento al otro mediante el sentido del tacto, con acierto y destreza; una manifestación abiertamente expresa del “me interesás y me importás ... Por eso me detengo ante vos y te atiendo. Para conocerte, entenderte, comprenderte y hacer”.

Que los padres conversen entre sí y con los hijos resulta fundamental para la calidad de las relaciones que establezcan. La apertura tanto para dar como para recibir es condición básica al momento de entablar vínculos auténticos.

Dialogar no es escucharse las voces, así como tampoco un interrogatorio en procura de información. El diálogo abriga esencialmente un intercambio profundo; un “sacar de sí” pensamientos, sensaciones, sentimientos y emociones para transmitirlos al otro y compartirlos en la inauguración de un “ida y vuelta”.

Suele suceder que la relación entre los padres y los hijos se limite a una rutina de preguntas y respuestas, mediante las cuales los padres sólo buscan y obtienen información, equivocados en la idea de que a través de ese proceder se vinculan con el hijo. El quis de la cuestión no es no preguntarle, sino que la pregunta que le hagan de pie e inicie el diálogo y no aborte la posibilidad de comunicación  por inducir a una respuesta afirmativa o negativa, o simplemente a algún gesto enmarcado en el silencio. Si todo intento de acercamiento y de  “unión” desde el adulto se restringe a un cuestionario que invita a un monosílabo por única contestación desde el niño, sin estimular en él la expresión oral de lo que siente y piensa, no sólo no se lo ejercita en el aprendizaje de la comunicación, sino que se le abren las puertas de ingreso a una gama muy variada de dificultades, a partir del acostumbramiento a “no hablar”, comenzando por las que resultan de las suposiciones equívocas en cuanto a su personal modo de pensar y sentir, a raíz de esa extraña tendencia que tienen algunos padres de “adivinar” y “adelantarse” a aquello que el niño no tuvo posibilidad de exteriorizar abiertamente, sin darse cuenta de que, silenciándolo, no le permiten mostrarse tal cual es.

El hecho de que un niño “no hable” no necesariamente significa que “no tenga nada por decir” y es exclusiva responsabilidad de los adultos a su cargo enseñarle a VERBALIZAR sus necesidades, ideas, deseos, dudas, preocupaciones, malestares, demandas, inquietudes e intereses en general, asegurándole el respeto y la consideración de su palabra, brindándole las oportunidades propicias como para ponerlo en práctica, a fin de que el hijo vivencie la seguridad de ser, REALMENTE, alguien importante para sus padres.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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