¿DE
ESO?...NO SE HABLA.
“Guarecido
en el silencio arrastró durante años el conflicto de una
situación emocional no resuelta que, finalmente por intoxicarlo, le
abortó la posibilidad de manejar estoicamente desde la adultez un
acontecimiento que actuó como absurdo factor desencadenante y lo
abandonó al descontrol que acabó arrojándolo a la crueldad de un
enceguecido zarpazo “como mejor defensa”, sin reparar en la
brutalidad de haberlo descargado en la persona de su propia hija.
Una vez asestado el golpe, no pudo más que agazaparse tras una
máscara de “ yo no fui”, calzándose un disfraz de víctima con
el que, aún hoy, se viste para mostrarse dramáticamente ante sus
más allegados...”
Ya
lo dijo Aristóteles hace más de dos mil años: “cualquiera
puede ponerse furioso...eso es fácil. Pero estar furioso con la
persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto,
por el motivo correcto y de la forma correcta...eso no es fácil”.
La
primera pregunta que se desprende del relato anterior cae de madura:
la reacción actual del hombre en cuestión frente al detonante,
¿hubiera sido la misma de haber resuelto emocionalmente su
conflicto en el momento en que éste se presentó?. La respuesta es
categórica: NO. Y no, porque si hubiese
elaborado la situación por la que atravesó, sus emociones y
sentimientos de hoy serían lo suficientemente saludables como para
pilotear las distintas experiencias cotidianas de su vida sin
“motivos desencadenantes” que valgan.
Cuando
algún aspecto de un hecho actual se parece o relaciona con un
recuerdo desagradable del pasado, suelen reactivarse las emociones
que lo acompañaron en aquel momento y la persona puede reaccionar
en el presente como si se tratara del pasado. Es así que los
pensamientos, los sentimientos y los comportamientos de hoy adoptan
las características que tuvieron entonces (o no pudieron tener, en
el caso de que hayan sido camuflados o inhibidos) y la persona se
desubica en su conducta actual, por no percatarse de estar en un
tiempo y un espacio distintos y, muy posiblemente, ante alguien
diferente al que formó parte de la situación pasada.
El
costo mental y emocional de no resolver los problemas cuando
aparecen es acumulativo a medida que pasa el tiempo tanto para el
protagonista como para cuanta persona se relacione con él. Los
intereses afectivos por las deudas emocionales pendientes aumentan
progresiva y proporcionalmente a la sucesión temporal y exponen a
la pérdida del autodominio y el control de la propia conducta.
HABLAR acerca
de las vivencias y experiencias desagradables y dolorosas, sin
ocultamientos, es el modo más saludable por el cual optar al tiempo
de aceptar y asumir una situación problemática. Callar hechos es
sólo aletargarlos; negarlos no es anularlos y “hacer como si”
no hubieran ocurrido intoxica todo camino a una posible solución.
Esconderse es “no dar la cara” y escapando, se lleva a la
rastra. “Si yo tengo un problema con vos, lo tengo
independientemente de donde estés. Si me escapo, lo llevo conmigo,
porque el problema no sos vos; al problema lo tengo yo en
relación a vos. Si me escondo, está conmigo, simplemente,
porque es mío y no tuyo”... Y como cuestión propia
hay que atenderla.
Todo
conflicto no elaborado abre heridas que, con el paso del tiempo,
lejos de cicatrizar se infectan y conducen a actitudes y
comportamientos aturdidos por el dolor. Es entonces cuando
sobreviene la imperiosa necesidad de la lucidez que abra el paso
sensato a la recapacitación que movilice la disculpa y la
reparación del daño provocado.
En
el vínculo con un hijo no caben las excusas ni las
autojustificaciones para proceder negligentemente en su perjuicio.
Al momento de ser padres no hay “peros” que valgan. Todo hombre
y toda mujer que deciden unirse para formar una familia deben estar
exentos de cánceres del alma para así poder ejercer una paternidad
responsable y emocionalmente apta, ya que la imposibilidad de
reconocer y registrar los propios sentimientos y los del otro es una
trágico fracaso en lo que significa Ser Humano.
Psp.Ma.Alejandra
Canavesio.
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