COMÉ
Y CALLATE.
Hace
pocos días, participando en la ceremonia de una misa, me tocó ser
espectadora de una escena que desató en mí un enjambre de
sensaciones displacenteras y que, finalmente, me condujeron a
escribir esto hoy...
Una
mujer muy joven (calculo que no superaría por mucho los 18 años)
partió raudamente y sin previo aviso del banco en el que estaba
sentada junto a una niña de aproximadamente 2 años, dispuesta a
sumarse a la hilera de personas que caminaban a comulgar, dejando a
la pequeña que, ajena al accionar de la mujer, continuó
jugueteando con sus deditos en los recovecos de la madera del apoya
pies. Recién cuando la adulta estaba a punto de recibir la hostia,
la nena se percató de la ausencia a su lado y se puso de pie para
correr a su encuentro.
No
me resultó posible ver el rostro de la niña (me daba la espalda),
pero sí pude observar el de la mujer mirándola, aún con el símbolo
del Cuerpo de Cristo en su boca. Parecía presa súbita de una
situación horrorosa y, ni bien tuvo a la pequeña al alcance de su
mano, la levantó por un brazo (pensé que le dislocaría el
hombro),la trasladó colgando los pasos que las separaban del banco,
la soltó en el piso como si se deshiciera de un bolso pesado y se
hincó de rodillas para...¿rezar? (me pregunté). Simultáneamente,
la pequeñita de enrulados cabellos oscuros se echó a llorar,
encerrando su cuerpito como si fuera una especie de ovillo, en el
piso, a un costado de la mujer.
Sólo
al cabo de algunos segundos, esta señora deshizo su postura, se
incorporó, se sentó, abrió un bolso, extrajo una mamadera y,
literalmente, se la “enchufó” en la boca, sin que mediara
palabra alguna. Entonces, la nena mermó su llanto tragando leche y
la mujer siguió atentamente la prosecución de la ceremonia.
Minutos
más tarde pude comprobar que eran madre e hija...
Inmediatamente
después de preguntarme si, al arrodillarse, la mujer se dedicaría
a orar, por qué y para qué, me pregunté si esta situación entre
ellas sería circunstancial o algo reiterativo. Y continué preguntándome:...Si
era algo “accidental”, ¿qué explicación recibiría la niña
acerca de lo sucedido?...Y, de ser una situación repetitiva, ¿qué
actitudes y conductas se generarían en ella a partir de un
acontecimiento semejante?... ¿Qué sentiría?... ¿Y la mujer? ¿Se
daría cuenta, en algún momento, de lo que había hecho o estaba
haciendo?...
Tal
y como en este caso, suele suceder que cuando el niño molesta o se
interpone ante el adulto, éste lo “quita” de esa situación y
le da algo de comer, “cortándole” el llanto, los gritos, el
pataleo, el capricho o el berrinche, y apaciguando su propio
malestar. Es entonces que se escuchan expresiones tales como:
“callate, tomá este caramelo”, “dejá de gritar y comete este
bombón”, “chupá este chupetín y tranquilizate”, “comé
este sandwich y dejame en paz”, y muchas otras, muchas veces
procediendo sin palabras de por medio.
¿En
qué piensa alguien que se vale de este tipo de acciones?...¿Intenta
no pasar vergüenza? ¿Procura que el niño se sienta “bien”?...¿Se
centra en sí mismo o en el hijo?...
Existe una diferencia entre la situación planteada al
principio y una escena en la que se conjugan caprichos para desatar
un berrinche. De todos modos, en ambas circunstancias la
responsabilidad de lo que ocurre está depositada en los padres. En
el primer caso, la persona adulta “desaparece” de la vista de la
nena, sin explicación previa, y es el descubrimiento de su ausencia
el que genera el llanto en la criatura; un llanto que, lejos de ser
calmado afectivamente, es silenciado con una mamadera. En el segundo
caso, la rabieta puede ser originada por innumerables causas, pero,
generalmente, tiene un asiento en no haber enseñado al niño a
esperar, así como tampoco a concientizar que no todas las
necesidades y requerimientos son factibles de una satisfacción
inmediata.
Sea
cual sea la situación, frenar con alimento la manifestación
que está teniendo el niño, entre otras cuestiones, es una forma de
enseñarle a satisfacer sus malestares comiendo; es una puerta de
ingreso al aprendizaje de que la incomodidad, la ansiedad, la
tristeza, el desasosiego y la desesperación pueden templarse con la
ingestión de algún comestible, iniciando así lo que puede derivar
en serias complicaciones de diversa índole.
Los
primeros aprendizajes del niño son los puntales de su personalidad
y, por ende, los sellos distintivos de sus conductas actuales y
futuras. Es, entonces, a partir del darse cuenta de esto que los
padres tienen el deber, no sólo de comunicarse adecuadamente con su
hijo, sin entrenarlo en el hábito de las compensaciones, sino de
enseñarle las formas apropiadas de hacer frente a las dificultades
que puedan presentársele, brindándole modelos de conductas que los
guíen a comportarse, respecto a la satisfacción de sus
necesidades, siguiendo un camino que los conduzca, REALMENTE,
a sentirse bien.
Psp.Ma.Alejandra
Canavesio.
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