CADA CUAL ATIENDA SU JUEGO.

 

Estamos transcurriendo un mal momento. La crisis por la que atravesamos ha abofeteado nuestras vidas al punto de descolocarnos, de quitarnos del lugar que ocupábamos hasta ahora: nuestro lugar. Pero “transcurrir” y “atravesar” significan el pase de una cosa a otra, un ir más allá de un punto determinado, implicando la idea de movimiento. Y es precisamente de esta idea de movimiento de la que debemos valernos para salir de donde estamos y seguir adelante.

Las imágenes televisivas, los comentarios radiales y, fundamentalmente, las apariencias de los padres bombardean a nuestros niños a diario, casi sin pausa. Cada niño es hijo de alguien y parte activa de esta sociedad, no pudiendo por tanto estar exento de lo que ocurre a su alrededor y, por ende, en él mismo.

Los niños no son tontos, así como tampoco adultos en miniatura; tienen una percepción y un poder de captación sorprendentes y su ingenuidad e inocencia no tienen relación alguna con la falta de comprensión. El niño se da perfecta cuenta de que “algo no anda bien”, de que algo está pasando que afecta a sus padres, a él mismo y a los demás, sin necesidad de que se lo digan con palabras; basta ver las caras y los estados de ánimo, basta escuchar los tonos de voz, basta simplemente observarlos comportarse. El problema está en la clase de lectura que el niño pueda hacer de esta situación, cuando no está presente la adecuada intervención del adulto.

Partiendo de la inevitable e ineludible realidad de que el niño SABE que “algo está pasando”, hay que deshacerse de dos conductas: por un lado, de hacer “como si” no pasara nada y estuviera todo bien y, por otro, de atosigarlo con hiperinformación alarmista. El por qué de lo primero se asienta en que pretender delante de él que nada malo sucede, lejos de preservarlo, lo acorrala en el engaño de una realidad inexistente; el por qué de lo segundo deriva del hecho de que el niño es, simplemente, un niño y no un par de los padres. Lo verdaderamente importante es el CÓMO se le digan las cosas.

En los tiempos que corren es fundamental cuidar la estructura familiar y controlar las influencias que el niño recibe extra-hogar. La misión de los padres es estar en función del hijo, para contenerlo, y no a la inversa. El hijo es responsabilidad de los padres.

Al niño le preocupa ver lo que sucede a sus padres y, más que los recortes en el consumo de cosas o la escasez en sí, lo inquieta terriblemente la incertidumbre que se desprende de la inestabilidad que ellos le transmiten con sus actitudes y comportamientos.

No hay que dramatizar. La situación es ya de por sí lo suficientemente dramática como para agregarle más. Es preciso evitar el estrés, tanto en los padres como en el hijo.

La medida básica a tomar es habituarse al diálogo, en un espacio y un tiempo determinados, poniéndole a la conversación un contenido concreto. No se trata de hablar de parados y a las corridas, maximizando o minimizando acontecimientos que dejen al niño mensajes contradictorios, confusos o aniquilantes. Es necesario hacer saber al niño que los hechos que se viven son serios o graves, pero sin hacer de eso algo desesperante ni una situación sin salida. Que algo se desarregle o desacomode no es igual a que se destruya o derrumbe. Es esencial que los padres sean capaces de no transmitir al hijo la imagen de derrumbe, la sensación de que todo está perdido, que no hay nada por hacer y que ya no se tiene nada de nada. Porque no se trata de eso. Se trata de “tener menos que antes” y no de “habernos quedado sin nada”.   

Si los padres asisten y hacen asistir al hijo a la experiencia del derrumbe, indefectiblemente sucumbirán a la vivencia del abandono, la desolación y el desamparo. Hay que optar por los “atajos”...Si, por ejemplo, no es posible comprar juguetes nuevos, una alternativa de cambio puede ser suplantar el juguete por el juego y que mamá, papá y el hijo compartan un espacio y un tiempo para jugar, así como también distintas actividades que propicien el encuentro que permita descubrir que, a pesar de todo, “se tienen unos a otros” y que, AQUÍ y AHORA, están juntos. Es posible, también, y a la hora de los “recortes”, conversar con el niño acerca de aquellos que se relacionen específicamente con él, como para que sea él mismo quien decida qué y cómo “recortar”, ejerciendo su propio criterio de selección mientras acomoda sus necesidades a las posibilidades reales de la familia.

El niño necesita saber que hay un camino; que, al igual que en su propio juego, lo que se desarmó puede volver a armarse y que esto, como él mismo conoce muy bien, es difícil y lleva tiempo, porque desarmar es sencillo y rápido mientras que armar resulta complejo y lento.

La realidad es la que es. Ahora. Porque a partir de “este mismo segundo” empieza a ser otra, y el modo de afrontarla depende pura y exclusivamente de cada uno de nosotros.

El “corralito” ha aprisionado nuestro dinero y afecta nuestros bienes materiales, pero no es a “nosotros” a quienes atrapa, porque no tiene el poder de encerrar nuestra capacidad afectiva, nuestra capacidad intelectual ni nuestra capacidad para la acción. Es en nuestras manos donde están el HACER para mejorar a diario el presente de cada uno de nosotros y de nuestros niños...o el arriesgarnos a quedar atrapados sin salida en las consecuencias de no atender al juego, como en el Antón Pirulero...  

La decisión y la puesta en marcha nos pertenecen.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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