¿AMIGOS?...SON LOS AMIGOS...

 

Según el diccionario la palabra “amigo” quiere decir “que tiene amistad” y ésta significa “afecto, cariño puro y desinteresado, por lo común recíproco, que nace y se robustece con el trato”. De esto se desprende que la amistad implica ser amigos, para lo cual es preciso hacerse de ellos, tenerlos y mantenerlos...pero fuera del hogar. Ser padres, ser hijos y ser amigos son tres situaciones totalmente diferentes y no combinables. Así como se es padre de un hijo e hijo de un padre...amigo se es de un amigo.

Las relaciones de amistad se entablan por afinidad, es decir, por analogías o semejanzas entre los distintos aspectos que hacen a las personas, y se construyen sobre el cimiento del afecto y la entrega mutuos. Los amigos son extremadamente importantes para el desarrollo del niño, al igual que sus papás, siempre y cuando estén todos presentes y cada quien ocupe su lugar. Los padres son los que deben ayudar al hijo a desarrollar su capacidad para hacer amigos pero, bajo ningún concepto ni pretexto, intentar serlo ellos mismos, fundamentalmente por dos razones: porque o se es mamá y papá o se es amigo, y porque el niño precisa, indiscutiblemente, vivir de un modo acorde a su edad sin tener que experimentar (mucho menos hacerse cargo) experiencias propias del mundo “de los grandes”.

El niño y el adulto piensan, sienten, interpretan, responden y se comportan de modos distintos uno de otro. El mundo de los hijos no es el mundo de los padres, y viceversa, y a cada uno de estos mundos lo conforman personas que pertenecen exclusivamente a cada uno de ellos. Cada quien tiene su propio espacio y en él establece vínculos adecuados a los diferentes roles a considerar.

Todo niño precisa compartir tiempo con otros niños, jugando, conversando, intercambiando experiencias, gustos, intereses, necesidades y expectativas similares, tanto como un papá y una mamá que eduquen, formen, contengan, sostengan, limiten, cuiden y protejan, desde su rol. El adulto nunca puede (ni debe intentarlo) ocupar el lugar de igual del niño, no sólo por tener distintos grados de madurez y experiencias de vida sino porque, de hacerlo, se saldría del sitio en el que le corresponde estar. No es lo mismo ser un padre afectuoso, dispuesto, comprensivo y contenedor que ser un “papá-amigo” porque, definitivamente, desde aquí no se cubre ni cumple ninguno de los dos roles, entre otras razones, a partir de que siempre que se activa uno el otro está latente y, precisamente por saberlo existente, el que se está “ejerciendo” pierde firmeza.

Hay padres que no solamente juegan el papel de amigos de los hijos sino que toman a éstos por amigos suyos (obviamente), apoyándose en ellos cuando están por caer, utilizándolos como mediadores frente a terceros en situaciones conflictivas o como “paños de lágrimas”, haciéndolos partícipes de sus problemas personales, pidiéndoles consejos a la hora de las propias decisiones, etc...sin darse cuenta de que, en el entrenamiento de esta costumbre, el niño pierde la seguridad acerca de saber quién es quién al tiempo en que se siente a la deriva por desconocer dónde y sobre qué “está parado”, no resultándole viable sentirse cuidado, protegido y contenido tal y como precisa para un desarrollo mental y emocional saludables.

Las amistades se inician y edifican a partir de la opción y la elección mutuas. Es obvio que esto no vale entre padres e hijos, ni desde unos ni desde otros. En el momento en que un hombre y una mujer deciden tener un hijo están eligiendo ser padres; optan por tener un hijo, pero no este hijo. El único caso que se presta a una preferencia más precisa es al tiempo de adoptar aunque, de todos modos, en esa circunstancia se escoge un hijo y no un amigo. Trasladada la situación a los hijos ocurre igual, porque ningún hijo elige los padres que tiene y, dadas las circunstancias, al momento de elegir prefieren padres y no amigos.

Lo que un niño busca en un amigo no es comparable a lo que busca en un padre; no son equiparables las necesidades ni las expectativas. Lo que un padre da a un hijo no es igual a lo que un amigo da a un amigo.

Entablar una amistad no es lo mismo que sencillamente jugar con un par. El niño debe saber que no se trata de una relación fácil ni de un simple “pasar el tiempo” con otro mientras le convenga y luego “a otra cosa”. Son los padres quienes deben enseñarle que la amistad es un vínculo profundo que se construye a partir de la convicción de que ambas partes son igualmente valiosas e importantes, y que sólo en la medida en que cada uno busque un acercamiento personal al otro, mostrándole un interés genuino, acompañándose y estando presente “en las buenas y en las malas”, escuchándose, diciendo y haciendo para que el otro se sienta bien, así como también siempre que cada uno sepa manejar las tensiones y conflictos que puedan aparecer, en beneficio de cada uno y de la relación, la amistad será tal y, por tanto, duradera.

Con sus amigos el niño aprende acerca del otro y de sí mismo en la interacción de un mundo social, a seleccionar las personas con quienes compartir su tiempo y de quienes ocuparse, a evaluar sus propias aptitudes y habilidades en relación con los demás, a cooperar y compartir experiencias y situaciones con personas que no pertenecen a su familia. En su relación con los amigos, fuera del hogar, el niño se enfrenta con la realidad de no ser solamente un hijo amado por sus padres sino una persona con una existencia independiente capaz de ocupar y ejercer un rol activo en la sociedad, despertando y generando en quienes lo rodean emociones y sentimientos como reacciones y respuestas a lo que sea él, independientemente de lo que signifique para sus padres.

Si ser papás es difícil, ser hijos también lo es. Justamente a partir de la concientización de esto y a fin de evitar confusiones afectivo-emocionales en el niño es que cada quien debe ejercer el rol que le compete adecuándolo a la especial relación que lo una con él mientras le regala evidencias claras de que la mamá y el papá son mamá y papá, y que amigos...son los amigos.

 

Quiero dedicar estas líneas a Marcelo A. Iaffei  quien, además de ser el niño afectivamente más significativo de mi infancia, es hoy el adulto que en agosto del año pasado no sólo me hizo conocer “Constituyente” sino que me animó a escribir aquí.

Psp.Ma.Alejandra Canavesio.

 

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